La actividad física se erige como un pilar fundamental no solo en el mantenimiento de la salud física, sino también en la mejora de los aspectos emocionales, cognitivos y sociales de las personas. Este impacto es especialmente relevante para los individuos con Trastorno del Espectro Autista (TEA), quienes pueden beneficiarse considerablemente de una práctica regular de ejercicio.
En primer lugar, el ejercicio físico constituye una herramienta poderosa para fomentar la autonomía en adultos con TEA. La adopción de una rutina de actividad física no solo contribuye a la mejora de la condición física, sino que también desempeña un papel crucial en la gestión de emociones, ayudando a reducir niveles de ansiedad y estrés. La liberación de endorfinas durante la actividad física genera un efecto positivo en el estado de ánimo, favoreciendo una mayor estabilidad emocional.
Además, la práctica del ejercicio facilita la interacción social. Participar en actividades físicas grupales puede ser una oportunidad valiosa para que las personas con TEA desarrollen habilidades sociales, fomentando la comunicación y el trabajo en equipo. Esto no solo enriquece su vida social, sino que también les proporciona herramientas para una mejor adaptación a contextos sociales diversos.
Lamentablemente, es importante reconocer que los adultos y ancianos con autismo tienden a realizar menos ejercicio que sus pares neurotípicos, lo que representa un desafío significativo desde la perspectiva de la salud pública. Es imperativo, por tanto, considerar el ejercicio no como un mero complemento, sino como un recurso esencial que permite a las personas con TEA superar barreras sociales y de acceso.